Era finales de 2011 cuando aquel Fiat Grande Punto entró en el garaje de casa. Entonces tenía 19 años, llevaba unos meses con el carné de conducir y aquel pequeño me parecía el mejor lugar del mundo. Si no llega a ser por el frío, podría haberme quedado a dormir dentro aquella noche.
Empezó formando parte de toda la familia pero la intención era que, con el paso de los años y ganando en independencia, me hiciera yo cargo de él por completo.