Una de las cosas que más recuerdo de mi época universitaria es la de estar en la sala de ordenadores picando código y compilando en busca de elaborar el programa requerido que cumpliera lo que pedía el ejercicio y por supuesto, que funcionara bien. Horas y horas rebuscando, pendiente de los puntos y comas y los paréntesis que me dejaba. Aprender una nueva función era un hito, pero saber bien como funcionaba solo llegaba a continuación, tras haberla integrado en mis líneas.