No todos los medios audiovisuales son iguales. Al contrario que el videojuego, en el que es indispensable la interacción y la participación directa del jugador, que controla al protagonista y debe ejercer una toma de decisiones más o menos guiada por la narrativa y el diseño, que pueden tener diferentes índices de libertad, el cine y esto se expande obviamente a la televisión es un medio considerado como "pasivo".
A priori, nuestra labor como
espectadores se limita única y exclusivamente a sentarnos en la butaca o en nuestro sofá y exponernos a lo que la pantalla decida lanzarnos sin realizar un mayor esfuerzo. Nada más lejos de la realidad, porque existe un concepto esencial para poder disfrutar correctamente de una obra de ficción que requiere de una implicación activa durante el visionado: la suspensión de la
incredulidad.
La suspensión de la
incredulidad es un término acuñado por el poeta y filósofo Samuel Taylor Coleridge en 1817, encuentra su origen en un concepto arraigado a los origenes del teatro grecorromano, y su significado es mucho más fácil de lo que cabría esperar. Simple y llanamente, es la necesidad de evitar el pensamiento lógico y anclado en nuestra realidad para abrazar la del relato y así poder experimentar una catarsis a través de los personajes, sus conflictos y sus acciones.