El F-35
Lightning II es uno de los aviones más caros y avanzados del planeta. Es un símbolo del poderío militar estadounidense, pero además es un proyecto que ha sufrido numerosos problemas. Desde retrasos en el cronograma de desarrollo hasta piezas defectuosas, delicadas y complicados de dirigir. La versión de la
Fuerza Aérea del caza tuvo durante aproximadamente cuatro años una peculiar limitación: sus pilotos tenían prohibido volar muy cerca de tormentas eléctricas.
Los problemas que derivaron en las restricciones de vuelo de varios años comenzaron en 2020. Aquel año, el equipo de mantenimiento de un F-35A en la Base de la
Fuerza Aérea Hill en Utah descubrió que uno de los tubos de un sistema llamado Onboard Inert Gas Generation System (OBIGGS) estaba dañado. Se trataba de una solución ideada para mejorar la seguridad y reducir el riesgo de explosiones incluso si hay chispa.
El sistema se encarga de inyectar aire enriquecido con nitrógeno en el tanque de combustible para disminuir la cantidad de oxígeno presente. Si el sistema funciona correctamente y el avión es alcanzado por un rayo, debería evitar una explosión. Los tubos dañados eran precisamente los que suministraban el gas al tanque. Una revisión posterior permitió llegar a la conclusión de que no se trataba de un caso aislado, sino que además estaba presente en otros aviones de combate.