Ron y agua bendita. Lo restregaron nada más nacer. Su tía
Francisca Cimodosea Mejía quiso evitar percances como esa vuelta de cordón
umbilical que apretaba el cuello del futuro escritor, premio
Nobel de Literatura
y uno de los autores más grandes que nuestra lengua ha dado.
Escapar a la muerte sin dejar de mirarla de frente.
Trabajando letras para celebrar la vida y hacerla más grande, más inabarcable
de lo que es. Ese fue el oficio de
Gabo, Gabriel de nombre, García Márquez para
la fama.
Gabo jocoso. Con su mirada aprendimos a ver la vida vigilando con el
rabillo del ojo a la muerte. Esquivarla con una frase justa y perfecta.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el
coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su
padre lo llevó a conocer el hielo.¨
Cien años de soledad. lt;span lang="ES-TRAD" style="mso-ansi-language: ES-TRAD;">El día
en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5,30 de la mañana para
esperar el buque en que llegaba el obispo. ( por un instante fue feliz en el
sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros¨.
Crónica de una muerte anunciada.