El próximo 30 de septiembre, la central térmica de Ratcliffe-on-Soar, en
Nottinghamshire, la última central eléctrica de carbón en
Inglaterra, dejará de funcionar definitivamente.
No sé si es fácil transmitir la importancia de un hecho como ese: hablamos de
Inglaterra, que durante ciento cuarenta años ha dependido del carbón para su generación eléctrica, cerrando la última de sus centrales de carbón.
Si hace tan solo diez años, cuando casi el 40% de la generación eléctrica del país provenía de quemar carbón (en su pico máximo llegó a ser el 70%), hubiésemos dicho que el Reino Unido podría dejar de utilizarlo completamente en 2024, la mayor parte de los expertos se habrían reído de nosotros. Pero aquí estamos: si los planes del gobierno actual se cumplen, la red eléctrica del país será prácticamente libre de emisiones en el año 2030, con tan solo un pequeño porcentaje de nuclear, y más de la mitad de la generación proveniente de la eólica marina, el gran recurso lógico en un país con sus cualidades.
Pero el Reino Unido no es una excepción. En toda Europa, la demanda de gas en 2024 se encamina, si se cumplen las previsiones, a ser la menor desde 1984, y el consumo de carbón se ha colapsado, con una caída este año del 19%. En este momento, que podríamos considerar como histórico, Europa ya obtiene más energía del sol y del viento que de los combustibles fósiles.