La energía
solar fotovoltaica es una de las fuentes de energía renovable más prometedoras para reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles. En el camino hacia la sostenibilidad, hemos desarrollado numerosos proyectos que buscan aprovechar la radiación electromagnética inagotable de nuestro sol para generar electricidad. Desde la granja
solar más grande del mundo hasta instalar paneles en nuestros propios hogares.
Sin embargo, nuestros recursos tecnológicos para sacar el máximo provecho de la energía
solar fotovoltaica están lejos de ser ideales. Los paneles que instalamos en diferentes partes del planeta lt;a href="https://www.xataka.com/energia/energia-solar-flotante-siguiente-paso-renovables-china-tiene-mayor-planta-mundo">incluso lejos de la
tierra firme tienen un gran inconveniente: se ven afectados por la atenuación de la radiación
solar de la atmósfera y por las fases nocturnas. En otras palabras, no es una fuente de energía constante, como sí lo es la energía marina.
Entonces, ¿por qué no recolectar energía
solar en el
espacio y enviarla a la Tierra? Esta idea, que parece sacada de la ciencia ficción, tiene varias décadas dando vueltas. Estados Unidos fue un pionero en explorar este tipo de alternativas en la década de los setenta, destinando un presupuesto inicial de 80 millones de dólares para estudiar su viabilidad e impulsando a la NASA con diferentes proyectos.