Recuerdo abrir aquellas dos cajas, poner el monitor y el teclado encima del escritorio de la salita de nuestro primer piso. Mi padre trataba de entender como funcionaba todo aquello y yo ya tenía un cassette en la mano. Ese cuatro del doce de 1987 encendía por primera vez mi primer ordenador, un
Amstrad CPC 464. Años más tarde - a comienzos de los noventa - en el cuarto trasero del quiosco de una amiga del instituto, vi mi primer Macintosh. Recorrí el Finder por primera vez como quien explora Marte, o como quien vuelve a casa. De alguna forma me sentía de ambas formas a la vez.
Perdía el tren en 2004 y era el último que salía desde Madrid a Alicante. No tenía hotel como plan B y la verdad es que no estaba pensando mucho en ello: Aquel Corte Inglés de Castellana iba a cerrar y yo quería llevarme mi primer iPod a toda costa. Era de las pocas unidades a la venta, y mientras lo pagaba el vendedor no dejaba de decirme que aquello no iba a ser un éxito porque nadie lleva música por la calle em>. Recuerdo sonreír pensando en esa frase a continuación, mientras escuchaba mi primera canción en un taxi que quizás iba demasiado rápido, aunque yo estaba en las nubes.
«Los auriculares son algo milagroso. Te pones un par de auriculares y tienes la misma experiencia de gran par de altavoces, ¿verdad? Pero no existen los auriculares para vídeo. Alguien tiene que inventarlos.