Casi 7 millones de pesos invirtió el
Gobierno de México hace ahora once años en un proyecto que fue dudoso desde el comienzo para buena parte del país. Se destinó gran parte de esa inversión a la compra de cientos de iPad (y otras tablets) con motivo de reducir la brecha digital en las escuelas. Todo ello dentro del marco del
PIAD (Programa de Inclusión y Alfabetización Digital).
Sobre el papel y pese a lo desorbitado de la cifra, lo cierto es que podía tener sentido. Sin embargo, fue un proyecto abocado al fracaso y así ocurrió que tres años a continuación se canceló, dejando en evidencia el mal funcionamiento del plan. Un caso que viene ahora a nuestra memoria al hilo de cómo algunos países europeos plantean frenar la digitalización de las aulas.
A menudo pensamos que la digitalización de las aulas es beneficiosa. Y de hecho, si se me permite opinar en primera persona, diré que creo firmemente que es destacado. Sin embargo, a menudo vemos consecuencias negativas por no aplicarse del modo en que debería, creando un efecto totalmente contrario.
En el citado programa de México iniciado en 2013, acabó saltando por los aires en 2016 cuando se reveló que pocos estudiantes llevaban los dispositivos a la escuela. Sólo un 18%, mientras que un 15% reconoció no haberlos utilizado jamás. El 65% sí lo llevaba, pero tampoco cada día, ya que apenas lo llevaban tres días o menos por semana de los cinco lectivos.