Pocas veces he visto una evolución tan desastrosa y desordenada de algo que fue, originalmente, una buena idea como en el caso de 23andMe.
La compañía, fundada en abril de 2006, fue la pionera absoluta de los llamados personal genomics: a partir del envío de una muestra de saliva en su llamado spit kit, identificaba un conjunto muy elevado de marcadores genéticos utilizando técnicas de genotipado SNP que permitían caracterizar una gran cantidad de rasgos galenos de una persona, desde cualidades más o menos obvias, hasta riesgos de enfermedades de muchos tipos.
Auxiliada por una capitalización inicial generosa por parte de Google, uno de cuyos fundadores, Sergey Brin, estaba casado con la fundadora de la compañía, Anne Wojcicki, la compañía fue calificada como una de las mejores invenciones de la revista Time en 2008, y logró convertirse en un gran fenómeno de adopción. Sin embargo, eso la llevó a tener una muy mala relación con la FDA norteamericana, que creía que los clientes no estaban, en muchos casos, preparados para recibir información de ese tipo, y podían tomar malas decisiones en función de ella. En su momento, se atribuyó gran parte de la alarma al llamado Jolie effect, la decisión de la actriz de someterse a una mastectomía doble por haber descubierto que era portadora del gen BRCA1, que incrementaba fuertemente su probabilidad de padecer cáncer de pecho.