En los últimos años, la industria del
software ha estado dominada por un modelo de negocio basado en suscripciones, conocido como
Software como
Servicio (SaaS): al contrario que en el pasado, tus aplicaciones ya no son algo concreto que podías usar porque lo hubieses comprado e instalado en un rincón de tu disco duro, sino que sólo ejercen, en menor o mayor medida, de mero portal alquilado hacia la plataforma (en la nube) de la compañía desarrolladora.
Inicialmente, este modelo parecía una solución ideal tanto para empresas como para usuarios: acceso a innovaciones constantes, costos iniciales reducidos y facilidad de implementación. Sin embargo, con el tiempo, los inconvenientes han ido acumulándose hasta el punto de provocar una reevaluación masiva de sus supuestas ventajas.
Ahora, la dependencia de los caprichos de los proveedores (alza constante de precios, potencial falta de privacidad, las 'jugarretas' en la renovación/cancelación de suscripciones...) están provocando que muchas empresas y clientes busquen alternativas. Y una de las más claras es el regreso de las licencias perpetuas de toda la vida.
El modelo SaaS ha sido defendido por su flexibilidad y por la promesa de mantener el
software actualizado sin necesidad de realizar grandes inversiones iniciales. Sin embargo, con el paso del tiempo, los costos acumulativos han demostrado ser significativamente más elevados que la compra de una licencia perpetua.